Jesús vuelca las mesas de los cambistas en el templo, esto ocurre con alguna variación en cada evangelio, lo que le da mayor significado. En este ciclo litúrgico, la lectura del Evangelio de Juan llega al tercer domingo de Cuaresma, justo a la mitad, como cumbre que sujeta las lecturas que vienen antes y después.
En esta lectura del Evangelio, Jesús se muestra enojado. Sus acciones para destituir a quienes hicieron de la casa de su padre un mercado, se acercaron alarmantemente a la violencia. Vuelca las mesas arrojando sus monedas: “Hizo un látigo con cuerdas y los expulsó a todos”. (Jn 2:15) Vemos a Jesús representado de una manera desconocida e incluso inquietante. La escena es poderosa porque nos presenta a un Jesús humano con emociones, frustrado por las fuerzas más grandes de la injusticia en juego en su contexto social e histórico.
Como judío palestino del primer siglo que vivió bajo la ocupación romana, el templo tenía un inmenso significado cultural y espiritual para la comunidad judía y para Jesús, pero al mismo tiempo, no se pueden pasar por alto las implicaciones políticas, económicas y sociales. ¿Por qué se molestó Jesús? Los líderes religiosos judíos que colaboraban con la autoridad romana crearon un lucrativo negocio bancario y de recaudación de impuestos en el Templo. Para que los pobres pudieran hacer las ofrendas necesarias a Dios, no solo tenían que comprar los animales y pagar un impuesto al templo, sino que también tenían que cambiar su moneda, todo a un costo.
Para profundizar en una teología que tome en serio las palabras y acciones de Jesús con respecto a las instituciones y estructuras de poder de su tiempo y sus implicaciones políticas sociales, es útil recurrir a las ideas del teólogo peruano y defensor de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez.
Para Gutiérrez, una idea clave que surge de la teología de la liberación no es sólo la explicación de las cosas tal como son, el análisis social de las diversas formas de injusticia en el mundo, sino una investigación de sus causas. Gutiérrez escribe en la introducción a la edición revisada de Una Teología De La Liberación: “El análisis estructural ha desempeñado así un papel importante en la construcción de la imagen del mundo al que se dirige la teología de la liberación”.1 También señala que la correlación de este análisis estructural es una condena de las instituciones y prácticas que benefician a grupos, clases e individuos específicos. Es en este momento cuando surge un conflicto.
Quienes se benefician de estas estructuras, se resisten a los esfuerzos por minimizarlas. Estas son las fuerzas con las que Jesús chocó en el templo, son las mismas fuerzas con las que chocaron los profetas en el Antiguo Testamento, y son las mismas fuerzas que enfrentamos hoy, como discípulos misioneros, cuando protestamos contra la opresión en todas sus formas.
Los cambistas y comerciantes representan una barrera institucional entre los pobres y el Dios que entró en la historia y se hizo pobre para acercarse a ellos. Las acciones de Jesús ofrecen un testimonio de la centralidad de los pobres para su misión. El Evangelio propone “...una opción radical por los pobres; la actitud de uno hacia ellos determina la validez de todo comportamiento religioso”.2
Las estructuras y prácticas religiosas que rodeaban el culto en el templo eran una faceta de una red más amplia de instituciones que Jesús critica a lo largo de los evangelios. Gutiérrez observa que “los fariseos rechazaban la dominación romana, pero habían estructurado un mundo complejo de preceptos religiosos y normas de comportamiento que les permitían vivir al margen de esa dominación. Ciertamente aceptaron la coexistencia… Cuando Jesús golpeó el fundamento mismo de sus maquinaciones, desenmascaró la falsedad de su posición y apareció ante los ojos de los fariseos como un traidor peligroso”.3 Jesús fue visto como una amenaza al orden establecido bajo el cual unos pocos líderes judíos privilegiados podían coexistir con sus opresores.
Las acciones de Jesús en el templo son inspiradoras porque representan una denuncia del incrementalismo respecto de los sistemas injustos. No debate imparcialmente las prácticas, actúa con decisión y audacia. Hoy en día, muchas personas han perdido la paciencia con las instituciones que se sienten demasiado cómodas con la injusticia o se benefician de ella. Vemos esto a través de los movimientos populares que surgen espontáneamente en pro del antirracismo, la descolonización, la justicia económica y la organización laboral, la lucha contra la guerra y la desmilitarización, la justicia ambiental y muchos otros. Gutiérrez reconoce que muchos “...han abandonado gradualmente una simple actitud reformista con respecto al orden social existente, porque por su propia superficialidad este reformismo perpetúa el sistema existente... Apoyar la revolución social significa abolir el status quo actual e intentar reemplazarlo. con uno cualitativamente diferente…”4
Pero ¿cuál es la relación entre Jesús volcando las mesas en el templo y nuestras propias acciones ante las estructuras e instituciones que perpetúan la injusticia? Debido a que la Iglesia institucional reside en y cerca de los aposentos del poder en este país, el desafío que Jesús hace a los fariseos debe volverse hacia nosotros como cristianos. Gutiérrez mira hacia adentro y reconoce que “la teología tiene un papel necesario y permanente en la liberación de toda forma de alienación religiosa, que a menudo es fomentada por la propia institución eclesiástica…”.5
¿Qué mesas volcaría Jesús hoy? ¿A qué institución se enfrentaría con frustración porque asfixian a los pobres o tratan injustamente a quienes se encuentran en los márgenes culturales?
Jesús ofrece un signo de esperanza para dar sentido y propósito a este acto revolucionario. Les dice a los presentes: "Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré". (Juan 2:19) El templo donde reside la presencia de Dios es el mismo Jesús. Este signo nos dice que Dios interviene en el drama de la historia. Si tenemos el valor de destruir los falsos templos que oprimen y confiamos en los lugares donde Dios está más presente, como los pobres en los márgenes, Dios suscitará nueva vida. La encarnación demuestra la intención de Dios de salvarnos, no sólo en el mundo venidero sino en éste. La teología de la liberación reconoce este dinamismo del Espíritu en los procesos históricos. Esta es, “... una teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad… Esta es una teología que no se detiene en reflexionar sobre el mundo, sino que intenta ser parte del proceso a través del cual el mundo se transforma…”6 Como discípulos misioneros somos agentes para introducir el Reino de Dios cuando participamos en esa misión de liberación.
________________
1 Gustavo Gutiérrez, A Theology of Liberation, (Orbis Books Maryknoll, NY 1988), xxiii.
2 A Theology of Liberation, 132
3 A Theology of Liberation, 132
4 A Theology of Liberation, 32.
5 A Theology of Liberation, 11.
6 A Theology of Liberation, 12.