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The Sunday before Lent, I decided to hike a trail in an unfamiliar area to me. I was determined to take a journey in prayer and visit a parish near the path I planned to take. The trail was made of pure sand, and although it was a cold day, I could feel the sun's heat on my back. I enjoyed the views, the silence, and the walk as I reflected on the Gospel of Jesus tempted in the desert.
After some time alone in prayer, it was finally time for mass. When I arrived, I was amazed by the beauty of the Church and couldn't wait to go inside. Excited, I opened the doors, and everyone turned to look. I realized that I was the only person in the congregation with olive skin and dark hair.
As I walked inside, no one greeted me. I thought it was just a coincidence, but it wasn't; others were greeted at the door. People continued to keep an eye on me. I tried to smile and didn't receive a smile back. I felt so uncomfortable with their staring that I did not want to stay.
I drove home and missed out on mass. By the time I arrived home I was looking forward to next Sunday’s mass elsewhere where I would feel more welcome and included.
As a church, I am concerned we have lost the essence of community. Because of this, we miss out on opportunities to enrich our lives with the experiences of those who look a little or a lot different from us. What a loss! May we become open doors for those who are seeking God this Easter Season.
Sarahi Unzueta is a Maryknoll Mission Education Promoter who lives and works in the Chicago area.
Oportunidades Perdidas
El domingo previo a la Cuaresma, decidí caminar por un sendero ubicado en una área no muy familiar para mí. Estaba decidida a emprender un viaje de oración y visitar una parroquia cercana en el camino. El sendero estaba hecho de pura arena y, aunque era un día muy frío, podía sentir el calor del sol en la espalda. Disfruté de las vistas, del silencio y del paseo mientras reflexionaba sobre el Evangelio de Jesús tentado en el desierto.
Después de un tiempo a solas en oración, finalmente llegó la hora de la misa. Cuando llegué, me quedé asombrada por la belleza del exterior de la Iglesia y estaba ansiosa por entrar. Emocionada, abrí las puertas, y la mirada de todos se giraron hacia mi. Yo era la única joven de piel morena y cabello negro, y la congregación era… de piel clara con cabello rubio.
Cuando entré, nadie me saludó. Pensé que era solo una coincidencia, pero no lo fue; otros fueron recibidos y bienvenidos en la entrada. La gente siguió vigilándome. Intenté sonreír y no recibí una sonrisa de vuelta. Me sentí tan incómoda con sus miradas que no quería quedarme más tiempo ahí.
Decidí mejor conducir a casa y me perdí la misa. Cuando llegué a casa, esperaba con ansias la misa del próximo domingo en otro lugar donde me sentiría más bienvenida e incluida. Como iglesia, hemos perdido la esencia de la comunidad. Debido a esto, perdemos oportunidades de enriquecer nuestras vidas con las experiencias de aquellos que se ven un poco o muy diferentes a nosotros. ¡Qué pérdida! Que esta temporada de Pascua seamos puertas abiertas para aquellos que buscan a Dios.
Sarahi Unzueta
Sarahi es una educadora y promotora de misión cual vive y trabaja en el área de Chicago.